Repensar la soledad: romper el aislamiento y disfrutar de la libertad

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Repensar la soledad: romper el aislamiento y disfrutar de la libertad

Estar solo puede ser un problema, pero lo que seguro que resulta tóxico es no estarlo nunca

clarin.com

“Por ella he aprendido tanto, que lágrimas he derramado, y si a veces la repudio, ella nunca se desarma”. Así cantaba Georges Moustaki a su amor secreto, la soledad, la amante que le acompañaba allí donde fuera. Unas palabras bellas que demuestran la buena relación que el compositor tenía con esos momentos de la vida en que disponemos de esa sensación personal e intransferible de estar aislados del resto del mundo, un tiempo para reflexionar sin las cortapisas que impone cualquier conversación, incluso con nuestros más allegados.

A nadie se le escapa, sin embargo, que la soledad tiene una faceta más oscura. Es el aislamiento, los años de encierro que han provocado la degeneración de Julian Assange en su encierro londinense, la soledad del éxito que acecha a actores y actrices famosos, como Sophie Turner, la actriz que interpreta a Sansa en la serie Juego de Tronos, que ha reconocido recientemente que se medica para combatir la depresión. Son sólo dos ejemplos que demuestran que nadie está a salvo de sufrir la soledad como un grave problema. Y es que en efecto, por mucho que reneguemos de ella, la soledad forma parte de manera inevitable de nuestras vidas, y puede resultar un problema pero también oculta en su interior numerosas soluciones.

Vivir aislados del resto del mundo, como robinsones, es perjudicial para nuestra salud mental. Pero también lo es en la misma medida huir de la soledad, pues significa huir de nosotros mismos, de lo que nos convierte en únicos para bien y para mal. Tal como explica el filósofo Francesc Torralba, la soledad no representa por sí sola la libertad, pero es el motor de la auténtica libertad.

El problema del aislamiento…

La soledad es uno de los principales problemas de nuestra sociedad, alrededor de un 25% de la población se siente sola”, explica Albert Vinyals, profesor de Psicología de la Escola Universitària de Comerç y de la Universitat Autònoma, en Barcelona. “Cuanto más evolucionadas son las sociedades, más van ligadas a valores individualistas”. Un individualismo que Vinyals vincula con el sistema capitalista, responsable de crear una sociedad cada vez más competitiva, que convierte el tiempo en dinero y provoca la sensación de que, al no hacer nada, lo estás perdiendo. Una realidad que contrasta con las sociedades tradicionales, donde es obligado guiarse por las otras personas, en especial las mayores. “En las tribus, la soledad sólo se comprendía cuando uno estaba enfermo o era repudiado, en caso contrario no tenía sentido”.

El filósofo Enrique Anrubia comparte la misma visión negativa sobre el impacto de la soledad, que asocia con la evolución de una sociedad que, partiendo del anhelo de libertad individual nacido en los pensadores humanistas del siglo XVI, ha derivado en unas sociedades donde las relaciones sociales han sido reemplazadas por la dependencia del Estado para necesidades básicas como la ayuda mutua, la atención a la infancia o el cuidado de los ancianos. Esta tendencia se galvanizó durante el siglo XIX con la revolución industrial y la eclosión de la sociedad de masas creando un problema,el de la soledad como sentimiento, que no existía en la antigüedad. La soledad, buscada como una forma de autonomía y liberación, se había transformado así en aislamiento y cercado.

En su libro La soledad (Síntesis), Anrubia acompaña estas reflexiones con cifras que dan que pensar, como el hecho de que en uno de cada cuatro fallecimientos acontecidos en Suecia nadie reclama el cadáver. O que cinco millones de británicos reconocen que, en caso de tener un problema, únicamente pueden acudir a los servicios sociales. En otra sociedad altamente desarrollada, Japón, el 70% de los hombres y el 60% de las mujeres de entre 18 y 34 años no tienen pareja. Dentro de este mismo grupo, más del 40% jamás ha mantenido relaciones sexuales.

 Esta tendencia al aislamiento se ha visto notablemente estimulada por la expansión de los medios de comunicación y, en su último estadio, las redes sociales. Unos medios que deberían servir para mantenernos más conectados y, por ende, más unidos, en la práctica fomentan lo contrario. “Hoy día la soledad tiene menos que ver con lo lejos que estemos de las personas que con el aislamiento tecnológico”, afirma Anrubia. “Estar solo no es estar sin gente, sino estar incomunicado”. A su vez, las relaciones a través de las redes fomentan una sociedad que se relaciona compitiendo por los likes, por la visibilidad. “Sólo hay una forma de estar comunicado con el mundo: sobresaliendo por encima de todos, es decir, generando un tipo de aislamiento que nos distinga de los otros usuarios”.

Si esta sociedad hiperconectada resulta tan nociva ¿por qué no abandonarla? Tal vez es mejor dejar la conexión con los demás aunque sea al precio de quedarnos solos. Sin embargo, “toda soledad que se vive fuera del mundo tecnológico se convierte en estrés y ansiedad” advierte Anrubia, “en un mundo donde como jamás antes se ha sentido tanto la soledad, ya no se sabe vivirla”.

… Y los beneficios de estar con uno mismo

Pero en torno a la soledad y el aburrimiento no todo es, ni mucho menos, negativo. Caben otras visiones. Si no podemos evitar sentirnos solos será porque la soledad forma parte de la vida y, por tanto, debemos aprender a vivirla. “Nuestro cerebro está diseñado para estar solo”, admite Albert Vinyals, “si lo trabajas bien puede ayudar al crecimiento personal”.

En esto coincide con el filósofo Francesc Torralba, quien afirma que “la soledad vivida es beneficiosa” siempre y cuando se alterne con la vida en comunidad. Torralba, director de la cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull, recuerda que para extraer elementos positivos de la soledad ésta no puede ser forzada, ha de ser elegida. En tal caso, lo primero que se debe hacer es romper el aislamiento, “encontrar formas de vinculación social, centros deportivos, música, artes” cualquier pretexto para encontrar a las otras personas. “Nuestra condición es estar en comunidad” explica Torralba, que sin embargo matiza que “lo tóxico es no estar nunca solo, indica una incapacidad para afrontar la propia soledad”.

La medicina que el mundo actual nos receta para combatir esta soledad es la diversión, “pero divertirse sin nadie acaba agotando y termina aburriendo”. Y del aburrimiento es fácil pasar al estrés, con todos sus posibles síntomas afectivos: tristeza, frustración, ira, ansiedad, depresión. Unos problemas que, para agravar el cuadro, pueden derivar en síntomas psicosomáticos como la fatiga, el insomnio o ser responsables de dolores en cualquier parte del cuerpo.

Estar a solas con uno mismo, en efecto, asusta, tanto por la sensación de que pueda tratarse de un fracaso personal como por el miedo a lo que podemos descubrir de nosotros mismos si hacemos frente a nuestros pensamientos. “Vivimos en un mundo lleno de consumo de vidas ajenas”, una forma de huir de nuestros propios problemas. “Mientras critico al otro no he de entrar en mi propia casa y poner orden” explica Torralba. “Esa es la principal dificultad en el ejercicio de la soledad, tener que hacer reformas nos da una pereza terrible”. Pero huir de ella, huir de los problemas, seguramente no hará que las cosas vayan mejor. “Buscar compañía porque sí, de forma instrumental, nos lleva a repetir los errores, pues encontramos unos vínculos líquidos, frágiles, efímeros”, expone Torralba. “Buscar al otro como paliativo de nuestra soledad es tratarlo como un objeto, como una lata de sardinas, cuando el otro es único, irreemplazable”.

No asumir estos momentos de intimidad nos aleja de las virtudes que confiere la soledad, entre las cuales Torralba destaca que “combate la frivolidad, la banalidad, la estupidez, permite distinguir mejor entre lo que te interesa y lo que no, ayuda a reflexionar sobre lo que escuchas y lo que dices, así como sobre los impactos audiovisuales”. La soledad es la ocasión para librarse de lo sobrero, de aquellos objetos y relaciones que no significan nada, pero que arrastramos por inercia. Es, en definitiva, el camino para aprender a pensar con libertad, sin dejarse influir por el pensamiento de los demás.

Aprender a aprovecharla

Y no, no es preciso volverse un ermitaño, abandonar el mundanal ruido e ir a vivir a una cueva entre alacranes para encontrar esos momentos de intimidad que nos ayuden en nuestra vida. La soledad se puede encontrar saliendo a caminar diariamente, en el trayecto hacia el trabajo, en un instante para aislarse junto a un libro.

“Existe una soledad de nivel uno y otra de nivel cinco”, explica Torralba. “Estar entretenido mirando la tele es una soledad de nivel uno”, pero desconectar del todo es otro nivel, hacer una reflexión que permita pensar en uno mismo, en su propia vida, qué quiere hacer con determinado vínculo. “Eso es otro nivel, que se aprovecha para confrontarse con uno mismo”. Se trata de una soledad creativa, que permite ver el mundo con otros ojos, y que fomenta virtudes como el ordenamiento del mundo interior, el reconocimiento de la propia singularidad, la comunión con nuestro entorno y con la naturaleza.

La soledad afecta a cerca de 9 millones de personas en el Reino Unido.

La soledad afecta a cerca de 9 millones de personas en el Reino Unido.

Con todo, hay personas para quienes resulta muy difícil dar el paso hacia esta soledad en positivo, lo cual no quiere decir que no deban afrontarla tarde o temprano. Puede suceder de golpe “tras experimentar un naufragio, una separación, una pérdida que te hace recapacitar”. Sin embargo, también se puede llegar de una forma positiva, a través de la pedagogía.

“Lo podemos enseñar a niños y adolescentes, mostrarles que es importante estar conectado” con uno mismo defiende el doctor Torralba. “Cuando el otro ve que es positivo para su vida emocional lo instala en su comportamiento, tal como se puede comprobar en muchos adolescentes”. Lo mismo defiende Albert Vinyas, quien echa de menos “más educación personal que permitan aprovechar estas situaciones” para evolucionar.

Fuente: La Vanguardia

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